El espectáculo democrático de la “democracia” representativa
Las
elecciones generales en el estado español el próximo 20 de noviembre
son un acto cerimonial del régimen político establecido: la oligarquía
liberal de hoy en día convoca periódicamente a la ciudadanía para que
participe en la elección de sus supuestos “representantes”. De esta
manera se pretende legitimar un sistema basado en una inmensa y
creciente concentración de poder, denominandolo “democrático”. No
obstante, cada vez más personas estamos desengañadas de esta falsa
democracia en la que no tenemos posibilidad de decidir directamente
sobre los asuntos de la vida pública.
Bajo
los marcos del sistema actual la política ha dejado de ser una cuestión
de la ciudadanía para convertirse en un “arte de gobernar”,
completamente desvinculado del pueblo (al que instrumentaliza) y que
obedece a simples intereses oligárquicos. Una consecuencia más que
comprensible de esto es la actual desafección popular hacia lo que se
hace pasar por política, que se manifiesta, por ejemplo, con un elevado
porcentaje de abstención en las urnas y una desconfianza generalizada
hacia la clase política.
Consideramos
que, para que exista una veritable democracia en el ámbito político, se
tienen que cumplir las siguientes condiciones fundamentales:
- Igualdad de voz: todas las personas tienen que poder formular propuestas y expresar opiniones en igualdad de condiciones en un proceso de deliberación participativo.
- Igualdad de voto: la voluntad de una persona tiene que tener el mismo peso que la de qualquier otra a la hora de tomar cualquier decisión.
- Soberanía popular: no tiene que haber ningún poder por encima del que ejerce el conjunto de la ciudadanía, que toma directamente las decisiones, sin que una élite política las tome “en su nombre”.
Por
lo tanto, es evidente que actualmente no vivimos, ni mucho menos, en
una democracia, ya que la mal nombrada “democracia representativa” no
satisface ninguno de estos requisitos. En este sentido, es interesante
recordar el orígen histórico de este sistema político, hoy vigente en la
gran mayoría de países del mundo. La “democracia” representativa fue un
invento de los padres fundadores de la constitución norte-americana,
diseñado explícitamente para alejar a la población de la toma de
decisiones políticas y a la vez proclamar que se trataba de un sistema
“democrático”. Fue concebido como un complemento político del sistema de
la economía de mercado capitalista establecido a principios del siglo
XIX: para mantener los privilegios de la oligarquía económica emergente
en ese momento era necesaria una forma de oligarquía política, es decir,
un aparato burocrático, centralizado y separado de la ciudadanía, que
impidiera que esta tomara decisiones que podrían afectar negativamente
los intereses y privilegios de unos pocos. (1)
Dos
siglos después, este sistema esencialmente oligárquico tiende a
concentrar cada vez más poder: con la fuerte internacionalización de la
economía de mercado que se ha producido en las últimas decadas, los
Estados-nación han perdido progresivamente la soberanía que habían
tenido sobre los asuntos de su país y las decisiones políticas quedan
ahora en manos de una élite transnacional cada vez más minoritaria y
poderosa. Las viejas diferencias ideológicas entre la izquierda y la
derecha han ido minvando hasta casi desaparecer y las elecciones se han
vuelto concursos de belleza entre personajes “carismáticos” y las
maquinarias de los partidos que los respaldan, que pugnan entre ellos
para atraer la atención del electorado, con tal de implementar políticas
que constituyen ligeras variantes de una misma tendencia: maximización
de la libertad de las fuerzas del mercado a expensas del Estado de
bienestar (que es constantemente erosionado) y del compromiso estatal
con la plena ocupación (que ha sido irrevocablemente abandonado). Este
hecho implica que, si bien desde el punto de vista de construir una
sociedad realmente democrática y emancipadora, la estrategia de tomar el
poder del Estado para tratar de cambiar la sociedad “desde arriba”
siempre ha sido indeseable, esta estrategia se ha vuelto también cada
vez más utópica como vía para afrontar los problemas crecientes de la
sociedad contemporánea.
La política democrática de la Democracia Inclusiva
Así
pues, es crucial que el espectáculo que se hace pasar por política no
nos distraiga de recuperar la dimensión política de nuestras vidas, es
decir, la actividad deliberativa y decisiva de la ciudadanía sobre los
asuntos de la esfera pública, cosa que sólo puede llevarse a cabo a
través de un proceso de empoderamiento popular y no otorgando nuestro
poder de decisión a una élite de “representantes”. Una parte fundamental
de este proceso consiste en recuperar el significado de democracia, que
no es otro que el ejercicio directo del poder por parte de la
ciudadanía o, dicho de otra manera, la autodeterminación de la sociedad a
través de la distribución igualitaria del poder entre todos sus
miembros.
Aún
así, no basta con recuperar el significado original de democracia,
término que desde que se acuñó ha hecho referencia exclusivamente a la
igualdad de poder en el ámbito político, sino que hace falta ir más allá
e incluir las otras dimensiones de la sociedad. Tenemos que construir
una democracia inclusiva, es decir, una democracia que se extienda
también al ámbito económico –donde la ciudadanía pueda controlar
directamente la economía y poseer colectivamente los medios de
producción–, al ámbito social –donde la educación, la sanidad, los
medios de comunicación, la cultura, etc. estén a manos de las
comunidades y se rijan por principios democráticos– y, como no podría
ser de otro modo, al ámbito ecológico –posibilitando la reintegración
del ser humano con la naturaleza. (3)
El
modo de alcanzar una democracia inclusiva es mediante un movimiento de
emancipación masivo que impugne las actuales instituciones basadas en la
concentración de poder, poniendo en funcionamiento unas nuevas
instituciones realmente democráticas y fomentando simultáneamente unos
nuevos valores coherentes con ellas, con tal de hacer efectiva la plena
autogestión de la sociedad por parte de todos sus miembros (4). Es hora
de que todos y todas nos responsabilicemos e impliquemos en la lucha
para construir una nueva sociedad liberadora que nos permita recuperar
colectivamente las riendas de nuestras vidas y salir de la gran crisis
multidimensional sistémica en la que estamos inmersos. Pensamos que una
tarea fundamental en este sentido es organizarnos para hacer realidad
esta nueva sociedad, impulsando un movimiento democrático de transición
sistémica cada vez más articulado, fuerte y consciente.
Grupo de Acción de Democracia Inclusiva de Catalunya
Noviembre de 2011
1 Sobre esta cuestión ver la sección “La fundación de la “democracia” representativa” dentro del artículo “Reintegrar la sociedad con la política” (Blai Dalmau, 2010), publicado en el nº2 de DEMOS y disponible en www.democraciainclusiva.org
2
Sobre lo indeseable y utópico que resulta pretender efectuar la
liberación social “desde arriba”, utilizando como palanca el aparato del
Estado, ver la sección “Una nueva candidatura para una vieja
estrategia” dentro del artículo “Reintegrar la sociedad con la política” (Blai Dalmau, 2010), publicado en el nº2 de DEMOS y disponible en www.democraciainclusiva.org
3
Para una definición reflexionada de las condiciones necesarias de los
cuatro componentes fundamentales de una democracia inclusiva, ver la
sección “La concepción de una democracia inclusiva” dentro del capítulo 5
del libro “Hacia una democracia inclusiva” (Takis Fotopoulos, 1997) disponible en www.democraciainclusiva.org
4 Sobre la estrategia para el cambio social sugerida para desarrollar una democracia inclusiva, ver “El sujeto emancipador hoy en día y la transición hacia una democracia inclusiva” (Takis Fotopoulos, 2010) en www.democraciainclusiva.org
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