Artículo de Blai Dalmau Solé.
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A
partir del 15 de mayo de 2011, como si de un diluvio primaveral se
tratara, centenares de miles de personas nos precipitamos a las
calles e inundamos las plazas de todo el estado español. El
descrédito de lo que hoy se hace pasar por “política”, el
rechazo a la depauperación económica y la indignación ante la
injusticia social estallaron clamorosamente mientras la genuina
actividad política reconquistaba espacios públicos habitualmente
consagrados a la circulación de mercancías. Salvando las
distancias, por primera vez desde mayo del 68 (1),
una protesta masiva desbordó espontáneamente los confines de la
reivindicación y devino un proceso de reflexión colectiva, un
encuentro popular repleto de vívida comunicación, un ensayo de
auto-organización democrática masiva. Con la perspectiva que el
paso del tiempo nos proporciona, resulta pertinente preguntarnos:
¿Qué ha representado esta experiencia? ¿Qué valoración podemos
hacer de ella? ¿Qué retos suscita y cómo podemos afrontarlos?
Para responder estas cuestiones conviene, preliminarmente, definir la naturaleza del 15M: ¿se trata de un movimiento político o más bien de una movilización social? Si convenimos que un movimiento político presupone un análisis social compartido, unos fines políticos comunes y unos medios también aproximadamente comunes para conseguir los fines deseados, mientras que en una movilización social, en cambio, pueden confluir perspectivas políticas dispares, divergentes e incluso antagónicas, resulta evidente que el 15M corresponde más a la categoría de movilización que a la de movimiento. El mínimo común denominador de los participantes ha sido significativamente mínimo, a saber: la disconformidad respecto la espiral auto-destructiva que desgarra a la sociedad contemporánea. Sobre este mínimo se ha alzado el estandarte de la indignación, aglutinando posicionamientos políticos extremadamente heterogéneos (2).
Para responder estas cuestiones conviene, preliminarmente, definir la naturaleza del 15M: ¿se trata de un movimiento político o más bien de una movilización social? Si convenimos que un movimiento político presupone un análisis social compartido, unos fines políticos comunes y unos medios también aproximadamente comunes para conseguir los fines deseados, mientras que en una movilización social, en cambio, pueden confluir perspectivas políticas dispares, divergentes e incluso antagónicas, resulta evidente que el 15M corresponde más a la categoría de movilización que a la de movimiento. El mínimo común denominador de los participantes ha sido significativamente mínimo, a saber: la disconformidad respecto la espiral auto-destructiva que desgarra a la sociedad contemporánea. Sobre este mínimo se ha alzado el estandarte de la indignación, aglutinando posicionamientos políticos extremadamente heterogéneos (2).
Entrando
en el balance, por el lado positivo, observamos una causa y una
consecuencia general del 15M: la politización.
La ocupación de las plazas ha supuesto la apertura de un
espacio-tiempo en el cual se ha hecho visible y extensible una
tentativa masiva de recuperación de la política, entendiendo esta
como la actividad deliberativa y decisiva de la ciudadanía sobre los
asuntos de la esfera pública. Los procedimientos democráticos
experimentados -las plazas como espacio de deliberación y las
asambleas populares como momento de decisión- han sido, a pesar de
sus deficiencias (3),
la característica más meritoria e innovadora de esta movilización
y, también, la más fructuosa: decenas de miles de personas se han
adentrado conjuntamente en la dimensión política de sus vidas y,
muchas de ellas, han proclamado que esta dimensión no puede ser
relegada al olvido ni usurpada por una élite de “representantes”
(4).
Así pues, podemos caracterizar el 15M como una catarsis
politizante:
buena parte de la población ha despertado, en diversos grados, del
letargo político en la que desgraciadamente vivía (5).
Otro
aspecto positivo del 15M es que, implícitamente, ha puesto sobre la
mesa algunos retos sumamente urgentes e importantes para la humanidad
contemporánea. Así, si el 15M ha sido una tentativa precaria,
momentánea e improvisada para recuperar la política (en el sentido
genuino del término, definido anteriormente), el reto que tenemos
por delante consiste en conseguir una recuperación plena, permanente
e institucionalizada de la misma; si el 15M ha sido una celebración
efímera del espíritu de comunidad (6),
el reto consiste en convertir la sociedad en una extensa comunidad de
comunidades; si el 15M ha girado entorno a las asambleas populares,
el reto no es otro que conseguir que estas sean soberanas. El 15M
irrumpió porque estamos sufriendo intensiva y extensivamente las
consecuencias de una profunda crisis multidimensional (económica,
ecológica, social, ideológica y política) originada por las
dinámicas de concentración de poder y crecimiento económico
constante inherentes a las principales instituciones del sistema
actual, la economía de mercado y el Estado “representativo”; el
gran reto consiste, así pues, en erradicar estas dinámicas y
substituir tales instituciones, emprendiendo un movimiento liberador
masivo que dé luz a un nuevo sistema de organización social basado
en la autonomía, la comunidad y la reintegración con la naturaleza.
Sin
embargo, si bien a través del 15M muchas personas han cobrado mayor
consciencia de los grandes retos mencionados, esta movilización no
ha podido afrontarlos: una movilización como el 15M puede servir
para abonar el terreno pero, por su naturaleza, no puede ser la
semilla del movimiento radicalmente transformador que necesitamos.
Aunque una movilización social indignada sea necesaria y deseable,
le faltan las bases sólidas imprescindibles para iniciar un proceso
de transformación que nos conduzca hacia un nuevo sistema de
organización social. Así, por ejemplo, no basta con practicar la
democracia como procedimiento
tal como se ha acometido en el marco del 15M: también es necesario
pensar la democracia como un régimen
cualitativamente diferente del actual y luchar para materializarlo
(7).
Dicho de otro modo, el 15M ha girado acertadamente entorno a la
organización asamblearia, pero sin embargo, raramente en él se ha
esbozado la construcción de una nueva sociedad donde las asambleas
-de ciudadanos, de trabajadores, de estudiantes, en el ámbito
doméstico, etc.- sean la institución sobre la que pivota la vida
colectiva. Por eso, aunque las formas
esbozadas en el 15M han sido una tentativa relativamente innovadora y
en términos generales acertada, los contenidos
preponderantes han sido poco innovadores y acertados. En efecto, en
el marco del 15M se han expresado, sobretodo, los planteamientos
reformistas, de estilo de vida y de acción directa, habituales en
las últimas décadas y, también, en menor medida, algunos discursos
revolucionarios procedentes de antaño; todos estos planteamientos
son incapaces, por distintos motivos, de frenar el agravamiento de la
crisis multidimensional actual y, menos aún, de superarla
definitivamente (8).
Un
ejemplo paradigmático de este aspecto negativo que señalamos lo
podemos encontrar en los “consensos de mínimos” adoptados por
diversas asambleas en el marco de la movilización. Estos acostumbran
a ser un compendio de medidas reformistas que fácilmente pueden
provocar la adhesión de muchas personas. ¿Quién no quisiera
trabajo digno para todo el mundo y la elevación del salario mínimo
interprofesional? ¿Quién no detesta los recortes de los servicios
públicos y las prestaciones sociales? ¿Quién no condena la
corrupción y apuesta por medidas que garanticen la transparencia?
Sin embargo, no nos podemos quedar anclados en estas y otras
banalidades: el barco en el que viajamos está naufragando
irremisiblemente; es necesario que nos preguntemos seriamente si
estos “mínimos” son los objetivos factibles y deseables a los
que tenemos que dedicar nuestra energía política, por los que vale
la pena luchar. Un análisis profundo, global e histórico del
sistema actual y sus dinámicas nos indica lo contrario: las medidas
reformistas reseñadas en estos “consensos de mínimos” son, en
el mejor de los casos, insuficientes y, en el peor, fútiles y
utópicas. Son insuficientes
porque, aún en el improbable caso de que algunas de estas medidas
fueran implementadas como resultado de una ardua y tenaz protesta
popular, sólo conseguirían imprimir un ritmo ligeramente más lento
al rápido agravamiento de la crisis multidimensional actual: la
fuente de los males, es decir, el sistema de la economía de mercado
capitalista y el Estado “representativo”, continúa brotando. Por
otro lado, son medidas generalmente utópicas
porque, en las condiciones que establece la economía de mercado en
la actual fase de internacionalización neoliberal, su aplicación
resulta impracticable ya que contraviene las dinámicas fundamentales
del sistema. Los imperativos sistémicos -mercantilización,
crecimiento, etc.- se han vuelto, en las últimas décadas, cada vez
más incompatibles con las demandas de la sociedad civil. En otras
palabras, las necesidades de las personas y del planeta, por un lado,
y las necesidades del sistema económico vigente, por el otro, se
hallan en un conflicto cada vez más irreconciliable; hoy, más que
nunca, un “capitalismo con rostro humano” es una quimera, un
brindis al sol, una contradicción de términos (9).
Para
terminar, de este balance podemos extraer una conclusión de carácter
general: el resultado más positivo de la movilización del 15M lo
obtendremos si conseguimos que forme parte de un proceso de
aprendizaje colectivo que nos conduzca hacia un nuevo estadio
histórico de la lucha social. Es preciso que nuestro horizonte de
intervención política vaya más allá de la repetición o
continuación de un fenómeno como el 15M; es preciso trabajar para
unirnos a través de un proyecto liberador global que apunte
claramente hacia la substitución progresiva del actual sistema
oligárquico (basado en el Estado “representativo” y la economía
de mercado capitalista) por un nuevo sistema realmente democrático
(basada en confederaciones de asambleas populares soberanas y en una
economía diseñada para satisfacer las necesidades de las personas y
gestionada democráticamente por las mismas) (10).
Compartiendo un proyecto anti-sistémico y alter-sistémico de este
tipo estaremos en condiciones de poner en práctica una estrategia
para el cambio social radical y global a la altura de los tiempos que
vivimos; podremos juntarnos no sólo en base a formas asamblearias y
consignas indignadas, sino también a través de un paradigma
liberador. Este nos dotará de la solidez ideológica y de la
coherencia estratégica necesarias para cambiar el mundo de base.
Para llegar a este nuevo estadio no es tan necesario un incremento
cuantitativo de nuestras energías como un desarrollo cualitativo de
nuestras capacidades.
Blai
Dalmau Solé
Febrero
de 2012
Notas
1.
Durante mayo de 2011 a menudo salió a colación la efeméride de
Mayo del 1968. Es pertinente y puede resultar inspirador rememorar
este levantamiento popular acaecido cuarenta y cuatro años atrás,
pero es preciso tener presente que, aunque existen claras similitudes
entre el 15M y el Mayo del 68, sería equivocado tratar de igualar
ambas experiencias: el segundo se puso en cuestión el orden
establecido de una forma mucha más profunda y masiva. Mayo del 68,
la última gran insurrección popular acaecida en la Europa del siglo
XX, consistió en más de diez millones de personas parando
completamente el funcionamiento habitual de la economía francesa
durante aproximadamente un mes a través de una huelga general con
ocupación de centenares de centros de trabajo y edificios públicos.
2.
En efecto, planteamientos socialdemócratas, marxistas, societarios
civiles, de estilo de vida, anarquistas e incluso fascistas, se han
juntado, entre otros, en el contexto del 15M. No es de extraño que
incluso miembros de las élites políticas y económicas se hayan
proclamado simpatizantes del 15M: también ellos se sienten
“indignados” por la decadencia del sistema que defienden y
administran. Así, por ejemplo, el “Manifiesto
de los indignados en 25 propuestas”
(Pilar Velasco, 2011) ha recibido el apoyo de banqueros, altos
funcionarios del Estado, grandes empresarios, gerifaltes de los
medios de “información” masivos, etc.
3.
Naturalmente, los procedimientos democráticos experimentados en el
marco del 15M adolecieron de notables deficiencias y desaciertos
causados por la precipitación, la improvisación y la falta de
formación y experiencia al respecto; esto no quita, sin embargo, que
en líneas generales apuntasen en la buena dirección. Importa que
seamos conscientes de estas deficiencias y desaciertos, no sólo para
subsanarlos, sino también para neutralizar discursos que tratan de
desacreditar el asamblearismo haciendo pasar estos errores
circunstanciales como miserias intrínsecas a las formas
asamblearias.
4.
Para un análisis de la crisis de lo que actualmente se hace pasar
por “política” y una reflexión sobre la necesidad de recuperar
la dimensión política de nuestras vidas, ver “Reintegrar
la sociedad con la política”
(Blai Dalmau Solé, 2010).
5.
La afluencia de participantes con reducida experiencia política ha
sido notoriamente superior en el 15M que en las grandes
movilizaciones acaecidas durante el cambio de siglo, contra el
neoliberalismo (el llamado “movimiento antiglobalización”).
Podríamos aventurarnos a interpretar el 15M como una gesta colectiva
que indica un cambio de estadio: la despedida del conformismo
generalizado que caracterizó las últimas décadas del siglo XX y la
primera del XXI (tal y como Cornelius Castoriadis observa en “La
época del conformismo generalizado”,
1989) y la apertura de una nueva época donde la conciencia política
y la actividad transformadora toman protagonismo, con el subsiguiente
abandono del repliegue en el ámbito privado, la atomización de la
sociedad así como la preponderancia de los valores consumistas y
materialistas. Ojalá que así sea.
6.
Para una visión del 15M como celebración de la comunidad humana y
recuperación de las virtudes de convivencialidad, ver la sección
“El
sector popular del 15-M”
dentro el ensayo “Pensar
el 15-M”
(Félix Rodrigo Mora, 2011).
7.
Sobre esta cuestión, ver “La
democracia como procedimiento y como régimen”
(Cornelius
Castoriadis, 1994).
8.
Para un análisis crítico de los planteamientos por el cambio social
mencionados y una propuesta para su superación, ver “Estrategias
de transición y el proyecto de la Democracia Inclusiva”
(Takis Fotopoulos, 2002).
9.
Sobre la insuficiencia y el utopismo (en el sentido negativo de la
palabra) de los planteamientos reformistas, ver el comunicado “Sobre
la manifestación Democracia Real Ya”
emitido por el Grupo de Acción de Democracia Inclusiva de Cataluña
el mismo 15 de mayo de 2011. Para un análisis detallado sobre la
cuestión, ver la primera parte del libro “The
multidimensional crisis and Inclusive Democracy”
(Takis
Fotopoulos, 2005).
10.
Un proyecto liberador como el que sugerimos se expone detalladamente
en “Hacia
una democracia inclusiva”
(Takis
Fotopoulos, 1997).
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